En los años 2000 tuvimos al Veyron, para los 2010 fue el Chiron y ahora en pleno 2024 llega un remolino literal. Con un absurdo V16 que es casi tan largo como una motocicleta, tres motores eléctricos e inspiración en finos relojes llega el Bugatti Tourbillon, la máxima expresión de ingeniería franco-croata que el dinero puede comprar.
Momento, ¿acaso Bugatti no es francesa? Sí, pero Mate Rimac, famoso empresario croata, controla parte de Bugatti y tuvo su decir en la creación del Tourbillon. Con tanta expectativa y barullo en torno al esperado sucesor del Chiron, de ese tercer acto de Bugatti desde su renacer bajo el Grupo Volkswagen, tengo que admitir que el Tourbillon y su V16 son algo decepcionantes.
¿Por qué un V16? Porque sí y porque pueden
Iré por la parte más fabulosa y quizá mi favorita: el motor. Es cierto, Bugatti eligió un V16 sólo para decir que son los únicos en hacer un motor de estas características y dimensiones. Ningún otro fabricante pasa los 12 cilindros, así que Bugatti se casó con la idea de tener 16 de ellos, por más impráctico que sea.
Sin asistencia de ningún turbo, el V16 posee 8,3 litros de desplazamiento, lo mismo de un Dodge Viper, pero con más longitud. Por sí sola, esta bestia emite un sonido glorioso que, de tener un espacio apropiado para disfrutar al Tourbillon, produce 1.000 hp. No es una decisión para nada racional, Bugatti y Mate Rimac admiten que responde a la pasión y emociones sin explicación que debe generar Bugatti.
Sumado a ese motor y para alardear un poco de su sapiencia eléctrica, el Tourbillon recibe tres motores eléctricos adicionales. Uno de ellos en la transmisión automática DCT de 8 velocidades y otros dos moviendo las ruedas delanteras. Un juego de baterías de 25 kWh de alguna forma vive bajo el chasis; en total el componente eléctrico suma otros 800 hp al Tourbillon.
En la cima del mundo del desempeño
Como Bugatti es una marca de figuras absurdas, el Tourbillon V16 produce unos ridículos 1.800 caballos de potencia, más que necesarios para mover sus dos toneladas de peso. Sólo las baterías añaden 200 kg, pero compensan con un rango 100% eléctrico de 60 km.
Eso y su aceleración, porque con el Tourbillon Bugatti demuestra que la fórmula perfecta es la de un motor aspirado con un poco de chispa eléctrica. ¿0 a 100 km/h? En sólo dos segundos y a fondo, superará los 400 km/h en 25 segundos, hasta llegar a la velocidad limitada electrónicamente de 445 km/h. Eso con la clásica llave especial de Bugatti.
Sin riesgos ni atrevimientos externos
Ahí termina todo lo bueno, porque la percibida exclusividad e ingeniería del Tourbillon, si bien son impresionantes, no son nada del otro mundo. Este Bugatti existe para llenar ese vacío de hypercar inalcanzable que el Veyron creó en primer lugar.
Su silueta no es para nada radical, parece que los diseñadores de Bugatti no pudieron romper el molde impuesto por el Type 57, inspiración sempiterna de Bugatti. No existe el atrevimiento a crear un Bugatti fiel a la identidad de marca, pero con trazos audaces como sí lo hicieron los conceptos EB218 y Galibier.
Transmite la sensación que Bugatti no fue capaz de superar al Veyron y Chiron, así que se enfrascaron en renovar su diseño. Está presente la parrilla ovalada, algo pronunciada si me lo pregunta, una silueta curvilínea y atractiva, doble burbuja en el techo, muchos túneles aerodinámicos y una parte trasera sospechosamente similar al McLaren 750S y P1.
Las puertas en forma de tijera están allí como buen exótico, pero la pasión por hacer algo de otro mundo no. Y sí, quizá sea ridículo de nuestra parte criticar un auto al que jamás accederemos en esta y la próxima vida. No me malinterprete, el Tourbillon es bello, pero también lo es un Chiron y ambos se parecen demasiado. Se supone que Bugatti es el pináculo del lujo y la exclusividad, pero a la vez temen en hacer algo demasiado radical por fuera.
Sensualidad mecánica
Quizá los diseñadores de la marca se tomaron a pecho eso de “lo que importa está adentro”. Para muchos ese exterior evolutivo y sin muchas ideas nuevas está bien, quizá es espectacular. Por mi dinero (y créame, no tengo ni una fracción de lo que cuesta), toda la belleza del Tourbillon reside en su cabina.
Contemple esa precisión clínica con la que cada elemento flota y encaja perfectamente, inspirado cada uno por finos relojes suizos. El cuadro de instrumentos con metal y piezas expuestas es exquisito, tan sólo esa pieza es una obra de arte. Los botones físicos, interruptores, perillas, todo encaja en esta cabina de forma perfecta.
Un minimalismo profundo rodea esa cabina digna de un avión futurista, transmitiendo la armonía de saber que cada cosa encaja en su sitio. Y sí, la pantalla existe pero se esconde para no arruinar la armonía. Menos mal el conductor tendrá esta vista todo el tiempo, porque allí es donde el Tourbillon justifica su valor de cuatro millones de euros. Eso y el ruido intoxicante del V16.
Es curioso, una cabina diseñada por dioses para dioses, con un exterior que no logra diferenciarse del Chiron ni el Veyron, ni tampoco resulta tan exclusivo como debería serlo. Sume a eso el V16 titánico y el componente eléctrico; convirtiendo al Bugatti Tourbillon en un dilema de extremos. Como exótico marca todas las casillas necesarias y, por el lado de motor y su gloriosa cabina, se eleva por encima del resto. Sólo para volver a tierra con ese otro extremo del exterior.
Dedicado sólo al 1% del planeta
Para ser tan similar al Chiron, el nuevo Tourbillon no comparte ni un tornillo con su antecesor. Creo que el mismo Mate Rimac reconoce la pasividad del exterior al declarar que “la verdadera revolución está por dentro”. Como en los túneles bajo el chasis, las tomas de aire discretas y ese interior que no nos cansamos de admirar con la boca abierta.
La producción del Tourbillon inicia en 2026, con 250 ejemplares proyectados nada más, una serie más exclusiva que el mismo Chiron. Y como si fuera poco, Bugatti sólo le venderá uno si es un cliente frecuente de la marca o tenga un Rimac. Por si los casi 5 millones de dólares de precio no son lo suficientemente exclusivos.