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Dicen que el crimen no paga, y estoy completamente de acuerdo. Tal vez sea por la formación en ética y valores que recibí desde mi infancia, con el ejemplo de mis padres que habiendo ostentado cargos de gran responsabilidad, no malversaron un centavo o quizás sean estas pataletas propias de los elder millennials como yo.

Sin embargo, la vida de los países tercermundistas como este nos enseña, una y otra vez, que las leyes solo son para los que vamos en TransMilenio. La mas reciente lección acerca de la rentabilidad de la corrupción nos la dio la familia Ambuila, cuyo patriarca, Ómar, trabajaba para la DIAN como Jefe de Carga del Puerto de Buenaventura, el principal puerto del Pacífico colombiano, pero estaba envuelto en un esquema de corrupción para dejar pasar artículos de contrabando a cambio de enormes sumas de dinero. Aunque el señor Ambuila merece capítulo, hoy queremos hablar de su hija, a quien le debemos el mérito de haber tenido un tren de vida tan desenfrenado, que terminó por exponer (o boletear, como se dice ahora) a su padre, destapando otro escandaloso esquema de corrupción de esos en los que Colombia es triste experta.

Jenny Lizeth Ambuila Chará estaba gozando la vida que muy pocos colombianos pueden ostentar: cursos cortos en la Universidad de Harvard, constantes visitas a las boutiques de ropa y accesorios más exclusivas de Estados Unidos, accesos VIP a eventos como Coachella, bienes raíces y relojes eran ostentados a través de sus redes sociales. Sin embargo, lo que más llamó la atención de las autoridades colombianas fue el estupendo superauto que conducía Jenny: un Lamborghini Huracán Spider LP 610-4 de 2016 personalizado.

Hablemos de ese purasangre italiano. Aunque Ambuila conducía una Porsche Cayenne GTS, no es tan extravagante como el Lambo. El carro, símbolo de la corrupción de los funcionarios públicos, tuvo un costo de 300.000 dólares debido a las personalizaciones pedidas por Ambuila. Sin ellas el Huracán costaría 258.667 dólares.

La espectacular pintura encargada a Lamborghini corresponde al Rosso Bia metalizado, con parte de la tapicería en el mismo color, aunque no es claro si se trata de cuero o Alcantara y como a veces a uno mismo se le olvida la marca de su auto, el logo de Automobili Lamborghini bordado con hilo rojo en los apoyacabezas es casi obligatorio. Los rines de 20 pulgadas son del modelo Giano ofrecidos por la marca de Sant’Agata Bolognese, aunque con pintura negra. Por supuesto, tras estos rines, las mordazas de los frenos de disco carbonocerámicos están pintadas de rojo, mientras que el techo convertible en lona es negro, el color estándar, lo que se convierte en un gramo de humildad, ya que lo pudo tener café o rojo.

En el spoiler frontal, junto a la toma izquierda de aire se encuentra el username de Ambuila en redes sociales, en donde se puede apreciar el grado de ostentación digno de un millonario chino o de un príncipe saudí, aunque pagado con el dinero de todos los colombianos: en ese orden de ideas, ya que pago el IVA del 19%, creo que merezco al menos una vuelta en ese Lamborghini.

El motor es el probado y comprobado V10 atmosférico de origen Audi con 5.2 litros de capacidad y 605 HP, que no le sirvieron para escapar de la imperfecta justicia colombiana, ni siquiera con su tiempo de 0-100 km/h de apenas 3.4 segundos y 323 km/h de velocidad tope. Toda la potencia va dirigida a las 4 ruedas por medio de una transmisión automática de 7 velocidades y doble embrague denominada Lamborghini Doppia Frizione, con paletas de cambio en la columna de dirección.

Para que un colombiano común y corriente pueda permitirse adquirir un auto deportivo así, tendría que pagar, con crédito a 36 meses, cuotas de hasta 40 millones de pesos. Algo infinitamente superior a lo que el 90% de la población logra en un mes, siendo incluso superior al sueldo que el patriarca Ambuila podría pagar con su sueldo de 6 millones de pesos que percibía por ser funcionario público.

De cualquier forma, sin importar lo veloz que sea el Lamborghini escogido, si se obtiene con fondos producto del contrabando, la corrupción y el crimen, no podrá escapar a la justicia de un Estado que aunque hace ojos ciegos ante ciertas fortunas malhabidas en Zonas Francas, tiene algo de dignidad y en ocasiones hace su trabajo.

Sebastián Peñuela
Periodista automotor colombiano/piloto de pruebas en Fuel Car Magazine y Dictador Supremo de Bogotá Motor City. Llevo 11 años de conducir autos, amarlos y hablar de ellos. Sufrido propietario de una Citroën AX GTi.

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