El Foro Internacional de Transporte, o International Transport Forum, acaba de lanzar su reporte del año 2023. Spoilers: a Colombia no le fue nada bien porque es el país con mayor número de accidentes entre las naciones evaluadas, problema que apunta a una gran preferencia demográfica: las motos.
No me malinterprete, no quiero acusar a todos los motociclistas en el país de malos conductores ni nada por el estilo. Pero el rápido crecimiento del parque automotor sobre dos ruedas, los bajos costos del SOAT y mantenimiento al igual que la independencia económica de muchos trae consigo un efecto inesperado. No es un secreto que una moto está más expuesta a los accidentes y, como se lo imagina, ello aumentó el índice de accidentes en Colombia este último año.
Sobrepoblación de motos
He aquí un dato: en 2023 se vendieron 696.360 motocicletas en el país. Cifra que cayó respecto a 2022 (822.617) pero aún así representa casi el triple frente a los carros particulares en el mismo periodo.
ITF recopiló datos entre 2027 y 2023 en 35 países distintos. En el caso de Colombia, el promedio de muertes en la vía en el periodo 2017 a 2019 fue de 3.153. En 2023 esa cifra saltó a 4.002, un incremento del 26.9% y 5% más que en 2022. ¿Lo peor? Eso solo comprende los seis primeros meses de cada periodo anual. Otro dato del ITF revela que en Colombia se producen 15.5 muertes en las vías por cada 100.000 habitantes.
Según la Secretaría de Movilidad el año pasado se presentaron 593 muertes en la vía, de las cuales un 40% involucraron de forma fatal a los motociclistas. Ello sin mencionar a los accidentes que sean causados por una moto, pero que terminen de forma lamentable para otros actores viales como peatones y ciclistas.
Es claro que el asunto no pinta bien y tampoco tiene una solución definitiva, al menos de forma inmediata.
Varias causas de raíz
¿Qué causas apreciables se atribuyen a ese boom motociclista? Tratando de hilvanar el tema de la forma más neutral, encontramos varias. El sistema de transporte eternamente deficiente, por ejemplo, que motiva a muchos a rendirse y comprar su moto para librarse del yugo de Transmilenio, por mencionar un sistema de estos.
En segundo lugar está la cultura colombiana a la hora de operar cualquier vehículo. Somos la prueba de que no cualquiera debería recibir una licencia de conducción y que el examen debería ser arduo y complicado, algo que digo sabiendo muy bien que no soy el mejor conductor. La frase “¿sacó el pase en un tamal?” no falla en describir a muchos que, parece, nunca hicieron el curso de manejo. Sume a eso la facilidad con la cual se pueden tramitar pases falsos y la evasión del SOAT en muchos motoristas.
La tercera causa que expandió este parque automotor sobre dos ruedas son las aplicaciones como Rappi. Mire, lidiar con una persona domiciliaria en el tráfico es una delgada línea entre sentir empatía por los estrictos horarios que debe cumplir el doliente con logos de Rappi, Didi o cualquier otra cadena domiciliaria; o “madrearlos” por manejar como absolutos temerarios zigzagueando entre el tráfico.
La moto es perfecta para moverse sin pico y placa al igual que herramienta de trabajo. El problema reside en una cultura que no nos preparó para la responsabilidad de respetar y salvaguardar a los otros personajes en la vía a la hora de operar una moto. Ello sin mencionar las exigencias ridículas de los empleadores a muchos de sus mensajeros/domiciliarios motorizados.
Ausencia de cultura
Hacer cambios o restricciones a los motociclistas es tarea complicada. Medidas como la abolición del parrillero en las motos aliviaron el tema y mostraron una baja en los accidentes en Colombia; pero no sin una gran resistencia por el gremio de motociclistas que se opone férreamente a estas iniciativas. Mantenerlos a todos contentos como un gobernante es un arte que requiere un fino balance entre muchas variables como esa.
Por eso es tan difícil una solución inmediata y duradera. De nuevo, no quiero “echar toda el agua sucia” a las motos porque por cada uno de ellos también hay un ciclista, un mototaxista o conductor de carro igual o peor de patán en la vía. Es una problemática arraigada en nuestra cultura del “yo paso primero y a ver como no”.
Sé que ahí afuera hay unos motociclistas respetuosos, comprensibles y prestos a seguir las normas de tránsito, a reconocer la seguridad propia y de otros. Pero son una minoría que no ha logrado transmitir la misma cultura a los demás. Y con la moto como herramienta de trabajo para cualquier joven de 16 años para arriba sometido a las políticas de un domiciliario, la delgada línea entre llevar un plato de comida o causar un accidente se desdibuja notablemente. Algo más profundo tiene que cambiar, pero es un proceso pedagógico que parece inalcanzable.
